sábado, 12 de noviembre de 2011

Nuevas ilusiones, nuevas esperanzas, vida.

Fue en aquella casa, en la cómoda cama de una pequeña habitación, cuando una joven pareja descubrió que ,a veces, también era posible llorar de felicidad.
Todo había ocurrido sin que ninguno de los dos se lo hubiera propuesto. Ella quería ir despacio; él, que fuera lo más especial posible para su pequeña. Sabía que muchos consideraban absurdo el hecho de que una primera vez debía ser hermosa, pero, al fin y al cabo, era obvio que sería aquella, y no muchas otras, la que se quedaría marcada en su memoria. Además, ella era su ángel, se merecía lo mejor a cada momento. Por eso, recordaba mientras acariciaba la delicada piel de su desnuda espalda, no le había molestado lo más mínimo haber tenido que esperar hasta que estuviera preparada. No, sin duda que no le había causado ningún esfuerzo. Es más, había disfrutado tanto todos los instantes que compartieron juntos, incluso aún solo mirándose en silencio, que se había olvidado de que existía también una forma física de hacer el amor.
"Hacer el amor", le encantaba esa palabra. Era tan diferente a follar... De hecho, eran dos cosas absolutamente distintas, como el chocolate y ehm... una revista de moda. Nada tenían que ver.
Y ella era tan hermosa, tan perfecta, tan única. No podría soportar perderla, desde luego que no. Volvió a repasar su imagen, aún a sabiendas de que podría reconstruirla, con el más mínimo detalle, sin necesidad de ella estar presente: Su largo y suave pelo negro, el moreno de su piel; sus ojos dulces y de una oscuridad tan profunda como segura, que ahora brillaban y parecían invitarle a que se perdiese en ellos. Sus bella sonrisa, sus perfectos labios que tantos besos le habían ofrecido, que tantas otras muchas sonrisas le habían contagiado. La quería, joder, la quería muchísimo. Y cuando afirmaba que ella le había dado la vida, no exageraba lo más mínimo:
Recordaba, aún con dolor, su vida apenas un año antes. Cuanto deseaba que la muerte se lo hubiera llevado, como querría marcharse de un mundo cruel que parecía no estar hecho para personas como él.
Era un chico fuerte, pero ni el mismísimo Chuck Norris, podría soportar todo el peso de las desgracias que sobre él mismo caían.
Cada nuevo día era una tragedia; cada nueva noche, una pesadilla. Sentía que había perdido una dura batalla con la vida y estaba a punto de rendirse... Cuando apareció ella.

Unos cuantos meses más tarde, él compartía cama con lo que ahora era su muy mejorada nueva vida. Ella estaba llorando. Las lágrimas caían de sus ojos mientras profería mil gracias al cielo por haber podido experimentar aquel instante tal y como había ocurrido.
Él era ahora la persona más afortunada del mundo